Hace ya unos días, uno de mis más grandes y añejos afectos me invitó a una cata maridaje de vinos de Casa Madero en el restaurante Zanaya del Four Seasons, donde el menú, a cargo del chef Tona fue hecho a la medida de los vinos que se trajeron desde Parras, Coahuila.
Lo que pueda decir de la comida seguro desmerece ante lo delicioso que era -sigo saboreándome el pato y el pastel tres leches con jengibre- y lo mismo pasa con la selección de vinos que de verdad, parecían estar hechos a la medida.
Una de las cosas que más me llamó la atención durante la charla y la guía que nos dio el sommelier, de Casa Madero (por cierto, ¿sabían que ésta fue la primera bodega de vinos en América, y que su dueño era pariente de Francisco I. Madero? Dato que pueden presumir en su próxima cena); es que nos hablaba del sedimento del vino.
Y nos dijo una metáfora que se me quedó grabada en la cabeza par de días. Decía que el sedimento, sí bien no es lo más agradable al paladar, es sinónimo de buena calidad de la bebida; y que podría ser equivalente a las canas de una persona.
El sedimento es el resultado de experiencia y paciencia, y es la prueba de que un vino es bueno y lleva ya un camino recorrido.
Me gustó la comparación; y pensaba, mientras bebía una copa de Cosecha Tardía -Una de las estrellas más valoradas y premiadas de la casa- en todas esas historias en mi vida que ya tienen «sedimento».
En las amistades que siguen con el paso de los años; en aquella gente con la que me remonto a la nostalgia al recordar cuándo nos conocimos; los amigos, la familia con la que tengo contacto, el señor que co-protagoniza mis días, por supuesto. Toda las historias de la gente que amo tienen ya su sedimento.
A veces se empolvan, sí; a veces les hace falta una decantada, pero aquí siguen, como los buenos vinos, haciéndose mejores con el paso del tiempo y llenándome de sedimento el corazón. Bendita mi suerte.
Salud 
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