Ruido que salva

«No sé que hacer para que de una vez por todas apagues ese ruido», gritaba la madre a Ana, su hija adolescente que no tenía mayor interés en la vida que encerrarse en su habitación y esperar a que en el radio sonara de nuevo esa canción que tanto le gustaba, para grabarla en un casette, con la grabadora nueva (con doble casetera, radio AM/FM y bocinas laterales. Un avión, pues) que le habían regalado por su cumpleaños.

Eran los 90 y Ana podía pasar horas apretando los botones para sintonizar cualquier estación y encontrar joyas musicales. No necesariamente eran canciones de moda, o las que oían sus compañeros; de hecho, la música en inglés no era la gran protagonista de su soundtrack, salvo Roxette, la rola súper cursi de Richard Marx con la que todas caían derretidas, y algunas más. Algunas como la banda esa que sonaba mucho en Universal Stereo y que a ella, aún sin entender lo que decían, le fascinaba. Algún tiempo después se enteraría que esos sonidos tons variados y melódicos eran de un grupo llamado Queen. Eran ellos los que emitían ese ruido que a la madre de Ana le crispaba los nervios.

La madre de Ana se ha ido adaptando a los cambios y a los excéntricos gustos musicales de su única hija, ésa que se cambió el nombre, ésa que ahora escribe con el mismo «ruido» de fondo.

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Hace unos días me fui, con el señor que coprotagoniza mis instantes a ver Bohemian Rhapsody, pues teníamos ganas de desconectar del estrés y relajarnos un rato.

¡Vaya error! Al menos para nosotros, la película fue un viaje súper intenso, emocional, conmovedor, y que seguramente a cada uno de nosotros por separado, nos recordó pasajes de otras historias, otros momentos y otros episodios.

Sé qué hay muchos expertos de cine que han criticado duramente la cinta, y no dudo que desde su butaca de sabios tengan razón, pero, bendita mi ignorancia, yo no soy tan experta en el tema como para percatarme de tanta cosa. Bendita mi ignorancia, aunque sí, era una versión bastante light para retratar la vida de un rockstar, que me dejó disfrutarla como una niña pequeña llena de emoción.

Y pensaba al salir de verla que es increíble como hay cosas que el ser humano es capaz de crear con tanta genialidad y maestría, cómo es posible que una sola melodía, ese baile de ritmos y silencios, puede significar tantas cosas.

Lo pensaba mientras caminaba por Paseo de la Reforma y observaba a gente discutir por todo, y veía a mi México más polarizado que nunca… y me veía a mi misma empeñada en tener razón y en darme de topes porque no concibo como alguien puede estar tan ciego para no ver lo que yo veo.

Y un segundo después volvían a mi cabeza esas notas musicales y ese piano que tantas almas hace vibrar, y caí en la cuenta de que si hay algo que nos puede salvar es sin duda cualquier manifestación de arte.

Así que en un ejercicio de humildad (no es que tenga mucha, para qué les miento), dedico estas líneas a toda la gente que estimo y respeto, aunque no piensan como yo.

Porque más allá de las diferencias, de la política, de los equipos de fútbol, de las quesadillas con o sin queso, de los chairos y los fifís; más allá de todos nosotros, la especie humana también ha hecho cosas increíbles; y esas cosas sin duda, son un bálsamo de paz.

Bendita sea la música. Toda. Siempre.

Suban pues el volumen y olvídense por un momento, de todo lo demás.

FELICES PASOS

P.D. Qué bien hizo Ana en desobedecerle a su madre 😆

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