Porque tal vez no tuve desde un principio la precaución de aclararte que aquel amor loco que sentía por ti, no iba a ser de gratis.
Me dejé llevar por el rush del enamoramiento (mutuo, por cierto) y -por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa- di por hecho, dadas tus circunstancias, tu edad y tus historias de vida, que sabías que el amor es una carretera de ida y vuelta: caminos de dos vías donde se da y se recibe por partes iguales porque de otro modo, no funcionan.
Pero al final fue mi culpa por avisarte; por justificar primero tu indiferencia y achacársela a tu personalidad (bastante más seca que la mía), al estrés, al trabajo, a tus problemas, a los destiempos, a mi naturaleza ñoña y empalagosa.
Perdón por no decirte en su momento que tus desplantes, tu falta de atención y las groserías en público, y ese ir siempre «a tu aire» que disfrazabas de bromas, iban matando poco a poco eso tan grande que sentía por ti.
Debí haberte dicho que no esperaba que fueras como yo, pero sí esperaba, por definición que me dieras lo mejor de ti. Quizá no sería lo más atinado, ni mis flores favoritas, ni los detalles más bellos, pero habrían sido -como las cucarachas que de vez en vez me deja mi perrita en la almohada- tu manera de decirme cuánto me querías.
Hubiera jurado que te lo dije pero seguro se me pasó… o, quien sabe, en una de esas sí te lo mencioné pero estabas tan ocupado en tu mundo y tan seguro de que este amor sería eterno, que no le diste importancia.
Perdón por no decirte que tus desaires, los silencios cada vez que te mandaba un mensaje cursi o te dedicaba una canción, eran con la finalidad de alimentar aquello por lo que tanto luché, aquello que intenté mantener sola hasta percatarme, más indiferente que triste, que ya no había nada por hacer.
Y te pido disculpas porque sé que a tu manera, me quisiste (tal vez todavía me quieras), y que debí haber tenido la precaución de no dártelo todo y no hacerte creer que solo por tu linda cara, lo merecías todo.
Me tomó tiempo, lo reconozco, darme cuenta de mi error; y tristemente el mal ya nos había invadido: yo ya no tenía, ni quería, dedicarle más tiempo a los detalles… me tomó tiempo y fue duro darme cuenta que yo era la única culpable por hacerte creer que no necesitabas colaborar.
Lo peor vino después: cuando quisiste en un solo instante compensar todos los años que habían llenado de telarañas el amor más grande que yo había podido dar. Y ahí también me declaro culpable porque olvidé por completo decirte que ya no te quería.
Lo peor fue que al final, el corazón que explotó en mil pedazos fue el tuyo; y todo por mi culpa: por no aclararte que amor con amor se paga.
No obstante hoy, que no eres más que un recuerdo sepia de mi pasado, y que mis tacones amanecen debajo de una cama que no es la tuya, caigo en la cuenta de que al final, tú nunca quisiste darme lo mejor de ti porque… quien sabe, tal vez lo considerabas innecesario.
Y si por algún momento te hice creer que darle a eso tan grande tiempo y dedicación era responsabilidad sólo mía, te pido la más sincera de las disculpas; porque nadie, ni tú, merecía probar de esa forma las amarguras del desamor.
Tal vez, si es que se te atraviesa la flecha de cupido montada en un par de tacones, si un día vuelves a ver con esos ojos embriagados de dopamina a una chica como me miraste a mi afuera de aquel restaurante en nuestra primera cita, valdría la pena aplicar lo aprendido (por las malas) por no saber que, como dice mi tía, «una mano no aplaude sola».
FELICES PASOS