Si alguien ha leído «De qué hablo cuando hablo de correr», estará de acuerdo conmigo que ese libro de Murakami provoca unas ganas locas de salir, literal, corriendo, y experimentar toda la belleza de sensaciones que tan bien describe…
Pero, he de confesar que después de leerlo, intenté correr y ni por un segundo me sentí tal como el escritor japonés me afirmó en sus páginas que me sentiría. Oh, decepción. Correr no es lo mío, pues.
Mi prima consentida le pone pausa al mundo y piensa en cómo resolver sus problemas mientras cose y borda con chaquiras; mi amiga la de los ojitos acostados puede eliminar un mal día trepada en la elíptica y viendo un partido de basquetbol; la flaca, entrañable compañera desde nuestros años universitarios es una genuina devoradora de libros; mi amigo Lalo toca la guitarra; y mi amigo Gabriel ama escribir poesía a mano sobre libros de poesía. Por último, mi señora madre opina que un día perfecto es aquel en el que diseño algo nuevo: una blusa, un vestido, una colcha, un cojín, y no descansa hasta verlo terminado antes de que se ponga el sol.
Y yo, yo ¿cómo me voy a mi propio planeta? Hago lo mismo que hace dos décadas: antes ponía un casette, luego un CD, tuve una etapa de discos de vinilo y ahora tengo mis propios playlist de quien es no solo mi cantante favorito sino un hombre que me ha enseñado el mundo a través de sus canciones.
Hoy Sabina cumple 70 años y yo tengo indeleble en la memoria el día en que en mi mundo post adolescente escuché una canción que me puso en pausa y, como si se tratara de una droga dura me hizo querer más, y más, y más. Encontré entonces y sin esperarlo, eso que me hacía SER.
No solo estar en la vida sino pasar por ella, vivirla; y a lo largo de todos estos años la música de Sabina ha sido mi ancla en este mundo: esa afición que me apasiona, que no me cansa, que está ya en mi disco duro, es algo tan de mi día a día y tan íntimo que me hace creer que no necesito de nada ni nadie más que de eso para ser 100% feliz.
Entiendo la felicidad absoluta de mi tía Sara guisando los viernes para la familia, o de aquella viejita amiga de mi madre que aseguraba que si todo el mundo supiera tejer, no habría guerras.
Sí, la mayoría del tiempo el mundo apesta: hay políticos corruptos, la gente se pelea por estar a favor o en contra de ellos; hay gente buena que muere y gente mala que gobierna países, hay injusticias y demás cosas; pero entonces, para los que tenemos la fortuna de tener resueltas las necesidades básicas, aquellas que como individuos nos tocan por derecho, es un bien necesario, casi una obligación encontrar ése algo que nos hace Ser y Estar; que nos pone en un estado de bienestar tan íntimo que nadie pueda accesar a él.
Yo leo, cocino, escribo, pero si hay algo que me otorga el más infinito bienestar es caminar con mi inseparable Gretta al lado mío mientras escucho a ese Perro Andaluz sin domesticar que, como decía, sin tener idea de que existo, me ha salvado incontables veces.
Y a ti, ¿qué te hace ser?
FELICES PASOS